Una alarma que inicia en el cerebro
Cuando percibimos una situación como amenazante, el cerebro, específicamente el hipotálamo, envía señales a las glándulas suprarrenales para que liberen tres sustancias poderosas: adrenalina, noradrenalina y cortisol. Estas hormonas desencadenan una serie de reacciones físicas que preparan al cuerpo para “luchar o huir”.
Cambios inmediatos en el cuerpo
- Corazón y pulmones: Se acelera el ritmo cardiaco y la respiración para aumentar el aporte de oxígeno y sangre a músculos y cerebro.
- Ojos y boca: Las pupilas se dilatan para mejorar la visión; disminuye la producción de saliva, generando la sensación de boca seca.
- Bronquios y vasos sanguíneos: Se expanden para facilitar la entrada de aire y distribución de sangre en el cuerpo.
- Sistema digestivo: Su actividad se frena, ya que la energía se redirige a otras funciones vitales.
Impactos a largo plazo
- El cortisol, aunque necesario, puede ser perjudicial si se mantiene elevado. Promueve la liberación de glucosa en sangre, genera acumulación de grasa y altera el metabolismo.
- Altos niveles de cortisol afectan el hipocampo, zona cerebral clave para la memoria, provocando pérdida de neuronas.
- Puede aumentar la tensión arterial de forma crónica, con riesgos como infartos o arritmias cardíacas.
- La homeostasis se ve comprometida, dejando al cuerpo más vulnerable a infecciones, enfermedades autoinmunes o brotes como el herpes.
Estrés y embarazo: una combinación delicada
En mujeres embarazadas, el estrés severo puede afectar el desarrollo del feto, ya que se reduce el aporte sanguíneo a la placenta. Esto representa un riesgo potencial para el crecimiento saludable del bebé.
Cuidar nuestra salud emocional es cuidar todo el cuerpo
El estrés no es solo un estado mental. Es una reacción fisiológica completa que, si no se gestiona adecuadamente, puede tener consecuencias profundas. Meditación, ejercicio físico, una alimentación equilibrada y descanso son aliados poderosos para contrarrestarlo.
Redacción Aljaba Comunicación